lunes, 9 de agosto de 2010

Con Don José Esteban en Madrid

Creo recordar que la idea de irnos a Madrid surgió de la oportunidad de ver el concierto de Sprinsteen en el Calderón. El caso es que Pepín y yo nos animamos a visitar la capital, sobre todo por los muchos amigos (ejem, y amigas) que allí teníamos. No tengo memoria suficiente (y probablemente este blog tampoco) para contar las innumerables peripecias que disfrutamos en plena Movida ochentera. Irse con Pepe hasta Deva era toda una aventura. Con lo cual os podréis imaginar la extraordinaria epopeya que viví a su lado en ese viaje. Recién pisado Madrid comprendí la escena de Paco Martinez Soria deambulando por el foro. Y viendo a Pepe a mi lado, con su gorra, gabardina, mochilón y abalorios varios, comprendí el papel del Vaquilla en Perros Callejeros. Como casi no teníamos dinero ni tarjeta de crédito, llevábamos el violín, la guitarra, unes flautuques y, por supuesto, la gaita. Llegamos demasiado temprano al punto de encuentro. Un patio interior público que allí llamaban lonja. En Moratalaz. Para cuando llegaron nuestras amigas ya éramos famosos. Llevávamos tres horas de concierto a una velocidad de botella de 43 por hora. Incluso resultó, que el dueño del tugurio era de Pumarín. A partir de ese momento todo fue una vorágine de días y días sin parar. Bruce, B.B.King, Lole y Manuel... bueno, lo de Lole y Manuel, en Malasaña, en la plaza del 2 de mayo, rodeados de cientos de lo peor de Madrid, y Pepe y yo, pidiéndole a gritos a Lole que tocara una de AC/DC. Creo que no nos mataron porque pensaron que un desacato tal solo lo podían hacer asesinos muy peligrosos. Tras cada aventura, volvíamos a dormir al piso de Lluis. Lluis estudiaba en el INEF y vivía en un piso de estudiantes. De estos de habitaciones como estancas, sin apenas relación con el resto de habitantes. Una noche asistimos a un fenómeno podría decir sobrenatural. Dormíamos en el suelo, en un saco. Lluis tenía su cama. Despuntando el alba Pepín dijo: ¡Ay Dios! Y acto seguido nos deleito con la mayor ventosidad producida por un ser humano. De inicio, el estruendo fue formidable. Se mantuvo en intensidad y tono unos segundos y, poco a poco, se hizo menos sonoro y más agudo. Para estas, Pepín se retorcía espasmódicamente a la par que elevaba medio cuerpo un par de palmos del suelo. Los demás nos incorporamos de súbito. En nuestras caras se reflejaba una expresión a caballo entre el asombro y el horror. Por un momento pensé que mi amigo era licántropo, y estaba en plena metamorfosis. Cuando parecía que agotaba el disparo, volvió ha hacerse grave y alcanzó un mayor volumen incluso que al principio, finalizando con un restallido ronco que acabo como el apagado de un motor de dos tiempos. Dijo algo quejumbrosamente sobre su madre, y siguió durmiendo. Pepín no sólo conseguía sacar un sonido a la gaita como nadie aún ha conseguido, además, él era una caja de sonidos.
Un día, por fin, encontramos a uno de los madriles que habíamos conocido en Gijón. Era Chong. Chong era una melena, barba y gafas a un porro pegadas. Nos hizo una visita guiada por el Madrid de los Austrias que consistía en tomar un vino en cada bar de más de 100 años. O Chong calculaba mal los años o los Austrias eran unos borrachos. Lo dejamos en el Pozo del Tío Raimundo porque tenía que dar una charla a jóvenes marginales sobre los peligros de la droga. Supongo que morirían todos.
Uno de los últimos días estábamos en un parque en Moratalaz. El cansancio hacía mella.Éramos unos cuantos, de pandillona, tendidos en la hierba bajo el implacable sol del agosto madrileño. En el parque había bastante gente. Jóvenes en su mayoría. Se reunían sobre todo para tomar el sol. Vestidos. Tomar el sol vestido solo lo he visto en Madrid y en la cuesta'l cholo. El parque tenía un estaque en el centro. El cesped que lo rodeaba estaba en cuesta y formaba un conjunto cónico muy acogedor. Todo ese prado estaba salpicado de grupos de chavalería amodorrados o amorreados. Se respiraba la paz. De repente, Pepín se levanta de un salto. El sol me daba de frente y creí ver como que se quitaba la camisa. Y en esto salió despavorido en dirección al estanque. Los demás nos levantamos y nos mirábamos incrédulos. ¿Que cojones pasa? Pepín iba a toda ostia. Brazeaba con las palmas extendidas dando zancadas propias de especialista del hectómetro. Además, por una extraña razón que aún ignoro, Pepe siempre llevó unos llaveros enganchados al pantalon, que aparte de cuarenta llaves, sujetaban una riqueza de todo tipo de objetos que yo nunca he visto en un llavero. Este tremendo sonajero le daba a la escena una banda sonora todavía más inquietante. El resto del parque comenzó a percatarse de la galopada. La peña se levantaba, apuntaba a Pepe con el dedo y decía cosas del tipo... ¡mira,mira,mira! ¿Dónde va ese? Eh,Eh,Eh! Un murmullo general aparecía in crescendo según Pepín se acercaba al talud que separaba hierba y agua. Entonces me di cuenta. Lo iba a hacer. Al llegar al final, a pies juntos, dio un salto majestuoso que lo elevó metro y medio en el aire. Mas medio metro de talud, dos metros sobre el nivel del agua del estanque. En el cenit del vuelo flexionó el cuerpo llegando a tocar punteras de manos y pies. Como a cámara lenta volvió a estirarse como un resorte y penetró el estanque con una inclinación de unos 70 grados. PLASSSH! El parque fue un clamor. Decenas de personas se arrancaron en un aplauso espontáneo, entre vítores y todo tipo de loas. Pepín continuaba en el agua y parecía que seguía con el espectáculo porque giraba sobre si mismo como los cocodrilos cuando descuartizan a sus presas. Yo estaba entusiasmado. Con cara de "ye amigu míu" le dije al que tenía al lado: Viste que fenómeno, y lo poco que se hundió,eh? que no ye facil. El hippy madrileño colocao al que me dirijía me dice a 33rpm "En ese estanque cubre por el tobillo". Lentamente giré la cabeza y le vi a cuatro patas, gateando milagrosamente sobre las aguas. La sangre le caía de la cara y el pecho. Y la panza parecía la camiseta del Sporting. El clamor y los gritos de ánimo continuaban. Pepe, en un último esfuerzo, se puso de pie haciendo el signo de la victoria. Varias chicas compungidas fueron a socorrerle. Pepín se recuperó enseguida. Las socorristas tardaron mucho más tiempo.

miércoles, 30 de junio de 2010

GOL

La empresa era realmente complicada. Corría el genial 84 y la Eurocopa se jugaba en Francia. Un pequeño grupo de fuboleros llevábamos tiempo intentando convencer a Beto y Cía de la estupenda idea de instalar un televisor en el Trisquel para poder disfrutar de la orgía balompédica durante el verano. En aquellos años, el monopolio estatal televisivo ofrecía este tipo de competiciones en su totalidad. Todo el día futbol. Poner una tele en la otrora Casa Corripio era una utopía que merecía la pena intentar. Increíblemente lo conseguimos. Es posible que, sin darnos cuenta, el Trisquel maduraba junto a nosotros. Las verdades absolutas iban perdiendo fuelle y el entorno social tamizaba la intransigencia y los principios más indiscutibles. Así, que un buen día, se apareció espléndida una 14 pulgadas sobre la puerta que daba acceso a los baños. Bien es verdad que la labor comercial fue apasionante. A Beto le atacamos con la idea de la cantidad de carajillos que iba a vender en las interminables etapas del Tour y Giro. Por no hablar de las pelis de por la noche y de los conciertos del Rockola. Tragaron hasta la boya. Sólo queríamos futbol. La inmensa mayoría de trisqueleros no daban crédito a lo que veían. Era el principio del fin. La puta tele.
Interior. Café Trisquel.
Un tipo entra cansinamente por la puerta. Pelo largo recogido en coleta. Barba de quiero y no puedo. Camisa a cuadros de las que pican. Vaqueros gastados.Macuto. Botas para subir al Himalaya (verano, 25 grados).
- Home no me jodas...una tele?
Avanza pesadamente hacia una mesa sin dejar de mirar la tele. Se sienta como derrumbándose. Sigue mirando el invento del maligno.
- Un café con leche bajo de café y un pincho de tortilla.
Del macuto saca un libro del tamaño de un ladrillo refractario. Aparta gracilmente el sobrecito de azúcar y alterna atenciones a los tres elementos de su entorno cercano.
Interior. Café Trisquel.
Una chica entra alegremente por la puerta. Pelo largo y rizado. Jersey tres tallas más grandes. Colgante redondo gigantesco sujeto por cuerda negra. Vaqueros gastados. Macuto. Chanclas.
-Aaaayyyy. ¿Y eso?
Con la boca y los ojazos abiertos a todo lo que dan reparte miradas alternas entre la tele y el de las botas de monte.Sin cambiar de rictus se sienta ante una mesa. Mira sonriente al alpinista, se encoge de hombros extendiendo los brazos con las palmas de la mano hacia arriba. El barbilampiño mueve una mano como espantando una mosca.
- Un café con leche bajo de café y un pincho de tortilla. No quiero azúcar.
Del macuto saca un libro de bolsillo diez veces menor que el de la coleta.
La reacción inicial de la inmensa mayoría era claramente comprensible. Aquello era un reducto revolucionario, rojo, anarca, bullanguero, antisistema...mierda pa la tele. Era difícil sustraerse al ambiente imperante.
Yo era celta. Cuando digo celta, quiero decir que estaba convencido de pertenecer a una estirpe única e irrepetible, tocada por los dioses y dispuesta en el mundo para vilipendiar y machacar al resto de tribus ignorantes. Presto a proclamar la grandeza de mis ancestros y necesitado de demostrar la mía propia. Al sur de Busdongo sólo había moros. De Luarca pa´lla, turcos. Y Ribadesella era la última estación del paraíso.
Yo era rojo. Incluso ultravioleta. La LCR empezaba a situárseme a la derecha. La lucha armada era la única lucha posible y a los fachas había que matarlos a todos.
Pero cagüenmimanto a la selección española de fútbol ni me la toques. Mira que me daba asco la bandera española. Todavía hoy me da repelús. Cuando mi mujer me dice "te vi un polo guapísimo, de rebajísimas, 40 euros y es de setenta". Y el puto polo siembre lleva la banderita en el cuello o en las mangas o a lo burro en la espalda...
-¡Yo eso no me lo pongo ni regalao!
Pero el futbol...la selección...encima ahora la llaman la roja...
Aquel verano del 84 España empezó mal. Se fue entonando y se encumbró ante Alemania en semifinales con golazo de Maceda en el minuto 90. La final contra Francia en París.
De las diez o doce personas que había en el Trisquel sólo tres atendíamos al partido. La furia estaba jugando bien. Para ser tres estábamos montando un pollo relevante, ante la mirada perpleja del resto. De repente uno de los presentes comenzó a animar a Francia y a criticar a la España deportiva, política, económica y social. Tras un inicial intercambio de frases ingeniosas le dimos a entender al espontáneo que básicamente dejara de tocar los cojones. El tío se vino arriba y se crecía por momentos, consiguiendo que nuestro estado de nerviosismo se acentuara exponencialmente. Por alguna razón que no recuerdo, el afrancesado empezaba a ser más gracioso que nosotros y el respetable se partía con el. En un esfuerzo último decidí no hacerle caso y centrarme en la final. En esto, se produce una falta (dudosa) cerca del vértice izquierdo del área española. La falta la tiraba el ínclito Platiní, al que llamaban el Maradona francés, que es como si a mi me llamaran el Marlon Brando de mi casa. Tensión máxima. Tira y... para el gran Arconada. De repente, ese balón que yo suponía a buen recaudo del excepcional cancerbero donostiarra, sale impulsado hacia gol y... ¿gol? Pero qué cojones pasó?
El hincha de Francia que llevábamos sufriendo empezó a saltar, echar cortes de manga, reir. Me lancé hacia él y si no me sujetan estaría escribiendo esto desde la carcel. Perdimos. 2-0. Días después le azoté un cenicero al espontáneo. Se agachó y le abrí la cabeza a uno que pasaba por ahí. El fútbol es así.
Decía Vazquez Montalbán que España aguantará lo que le echen mientras haya liga de fútbol profesional y que la mantiene indesmenbrable la selección española de fútbol. Donde esté un buen partido que se quite una corrida.

domingo, 30 de mayo de 2010

El Trisquel

Cuando Rafa me contó el chigre que iba a montar, mezcla de Café Gijón, Café Concierto, sitio guay pa colegas, celta, asturianista, comprometido, buena música..., no me podía creer que en mi barrio surgiera tal oasis. Cuando me dijo que era el Bar Corripio, todas mis ilusiones se derrumbaron. Convertir el Corripio en algo diferente se me antojaba tan difícil como transformar el Horóscopo en convento. Sin embargo, asistí desde el principio a tal transformación. Ayudé a cribar la arena con la que se hizo el cemento que tanto soportó año tras año. Participé entusiasta desde el amanecer de lo que fueron años inolvidables. Conocí a los otros dos creadores de tal maravilla.
Siempre que en prensa o televisión anuncian algo que tildan de para emprendedores, me pregunto por que no aparecerá en la noticia la foto de Rafa. Conozco al Fino hace siglos y siempre estuvo montando grupos, chigres, manifestaciones, contubernios, muyeres, asociaciones, huelgas, conciertos... Su obra maestra aún perdura.
Gracias a el conocí a dos personas irrepetibles. Rosendo (el sendo)daba una primera impresión equívoca. Por supuesto no se atisbaba la menor afinidad con sus otros dos socios. Sendo era un intelectual. Sendo era el camarero perfecto. Podía aguantar durante horas los lloriqueos y miserias tardoadolescentes de varios y varias, no sólo sin perder la compostura, sino que al mismo tiempo hacía carajillos y te aconsejaba lo mejor en cada caso. Horas y horas me aguantó el Gran Sendo. Yo, hoy, me pegaría. Pero si lo que querías era hablar, era empatía era, al fin, un hombro sobre el que llorar, ahí estaba Sendo. Con el tiempo Sendo opositó, aprobó, y nos quedamos mancos. Ahora es Don Rosendo. Lo vi hace años en una playa del occidente asturiano. Seguía siendo el mismo. Tras diez minutos de "queyedetuvida" me dijo: Que es eso que llevas en el dedo!? Un anillo Sendo. Caseme,ho. No jooodas. Se me ha caído un mito. Resulta que el mito era yo, manda cojones.
El tercero en discordia más que persona era (y es) un personaje. Tras tremendo bigote y resbaladizas gafas asomaban dos ojazos enormes que controlaban todo sin pestañear. Mi primera impresión cuando conocí a Beto fue que estaba como una puta cabra. Hablaba asturiano occidental haciendo ostentación de che vaqueira, pegando unes voces de la de mi madre y, finalizando cada frase con una estridente carcajada. Y que no faltara la carcajada, porque cuando así era, la bronca era generalizada. Los cagamentos que podía echar a los albañiles, al aparejador o a sus dos socios hacían peligrar la idea que que aquello se lograra. Sin embargo, con el tiempo (poco tiempo) comprobé que Beto sólo tenía una cara y era la que estaba a la vista. Siempre me quejé de no tener un hermano mayor del que vacilar y que además me sacara las castañas del fuego. Beto nunca fue eso. Pero me enseñó lo que era un hermano mayor.
Rafa siempre me comprendía. Sendo me explicaba mis propios sentimientos y me tranquilizaba. Beto me agarraba por la pechera, me estrellaba contra la pared y me gritaba: ¡Me cagonmiputamadre Richi, LO PRIMERO YE SER UN PAISANU, espabila guaje!
Qué suerte haber tenido a tres fenómenos tan cerca en años tan convulsos. Todo lo bueno que les pase es poco y todo lo malo es injusto.
Simplemente, hermanos, GRACIAS.

sábado, 22 de mayo de 2010

La Cremallera

La tarde de ensayo transcurría como de costumbre. Estábamos tocando bien. Faltaban detallinos. Lluisfer seguía empeñado en meter el típico acorde raro y no acababa de entrar. Pepín seguía hinchando los papos como si acabara de empezar. Pepe era un monstruo de gaitero. Tocaba lo que le salía de los cojones sin apenas esfuerzo. Así como Lluisfer era un crak de la armonía; estudioso, pausado, perfeccionista; Pepe era un macarra del polígono que en vez de un baldeo esgrimía una gaita. Nunca nadie oyó salir de un punteru lo que sacaba el Pepe.
El Pine decidió que íbamos a parar, fumar un pitín y reunificar criterios. Entonces, Lluisfer aprovechó para retocar la afinación de su guitarra. Esa primera Mi, subiendo a poquitinos, pin,pin...pin, ¡PLAS! La típica cara del guitarrista que se acaba de cargar una cuerda...Ah, no! La cuerda seguía ahí, ¿Entonces?
No os he hablado de Patri. El padre de Patri nos cedía amablemente, como local de ensayo, su garaje y la producción anual de vermú Girona (no he vuelto a probar el vermú). Patri, al que cariñosamente llamábamos el mánaller, soportaba estoicamente nuestros ensayos sin hacer prácticamente nada. Simplemente estaba. Abría para entrar y cerraba al salir. Solamente cuando alguien tensaba una cuerda, a Patri, le daba, inconscientemente, por azotar lo que tenía en la mano contra cualquier sitio.
-¡Cagonmimadre ho, pues parar! Ya pensé que había jodido la cuerda.
Y Patri regesaba a su introspección habitual.
En frente del garaje había un muro. Un muro multiusos. Su función habitual, aparte de delimitar algo muy malamente, era de meadero. Pero también servía para encaramarse y cambiar de perspectiva, para pintar en el y, era genial para ponerle un casco a Pepín y estrellarlo cuan ariete.
Patri volvía del muro. Y algo en su expresión nos llamó la atención. Aquellos sempiternos coloretes habían tornado en un color café con leche bajo de café y el reto de la cara era... sin café. Caminaba raro. Y se acercó a Pepín susurrándole algo al oído. Súbitamente, Pepín empezó a descojonarse de tal manera que acabó retorciéndose de risa por el suelo. Patri se mantenía inmóvil en medio del garaje mientras resoplaba cada vez más fuerte. Se acercaron Pine y Lluis y al instante sufrieron las mismas consecuencias que el gaiteru. Con los tres soltando alaridos de risa por el suelo y Patri a punto de provocar una borrasca resoplando, decidí acercarme a reirme yo también.
-Richi socorro. Por favor, ayúdame. Me pillé la polla con la bragueta.
La onda expansiva me dio de pleno. Salté hacia atrás y de verdad que pensé que los pulmones me estallaban del ataque de risa. De una cremallera completamente cerrada, asomaba a media altura un trozo de carne sonrosada del tamaño de una gominola de a duro. La lágimas no me dejaban ver con claridad pero, aun así, vi a los otros tres hijosdeputa gatear muertos de risa hacia el mánaller.
- A ver ho! JAJAJAJAJA...
Cuando conseguimos mas o menos tranquilizarnos intentamos buscar una solución. Era muy difícil, ya que cada vez que mirabas la bragueta para sacar conclusiones, sólo conseguías otro tremendo ataque de hilaridad. Pero Pepe tuvo una idea.
- Mira Patri (risas). Lo mejor va a ser (risas) que tire con fuerza de los lados de la cremallera (risas)y a ver si la rompo (risas), la cremallera (risas), y liberamos al cabezón (muchas risas generalizadas).
-Eso, eso. Tira Pepe tira (descojone total).
Pepe tiró. Y Patri, que nunca demostró una psicomotricidad avanzada, se elevó del suelo, convulsionó un par de veces en el aire y con un gruñido seco se desplomó (apoteosis desternillante).
Entonces intercedió el Pine.
-Que no, que no. Mira, no quedan más cojones que tirar para abrir la cremallera y liberar a willy. Sea como sea será el final y dejarás de sufrir.
- Vale, un momento.
Y tras decir ésto, nuestro querido mánaller, avanzó hacia la cosecha de vermú como muñeca de Famosa dirigiéndose al portal. Se metió media docena de lingotazos de aquella putamierda y dijo: Procede.
Y vaya si procedió. Se dice que cuando la erupción del Krakatoa, la depresión barométrica dio seis veces la vuelta al mundo. Pues bien. El alarido de Patri dio un par de vueltas fijo.
Cuando nos recuperamos del enésimo ataque de risa nos acercamos al paciente. La cara de Patri era lo más parecido a un besugo con una boltella de vermú Girona en la boca. No es que tuviera los ojos saltones, es que iban definitivamente a su bola. La boca la tenía dispuesta en una especie de sonrisa inversa toda tensada, que dejaba entrever unos dientes apretados que apenas dejaban salir la espuma.
-Traerme otra botella.
Patri cuando bebía no se andaba con pijadas.
Al final, lo solucionamos con unos alicates. Y todo volvió a su sitio sin grandes daños.
Aun hoy, sin embargo, yo sigo teniendo mucho cuidadín.

viernes, 21 de mayo de 2010

Revelación

Hacía tiempo que no veía a Franky. Aquella tarde, tras frondosas charlas folkis y varios floreros cerveceros, pasó lo que tenía que pasar. Como casi siempre, la disertación teórica desembocó en la fase práctica. Y sacamos los violines como revólveres en O.K. Corral.
- ¿Conoces ésta? La saqué el otro día.
Y Franky se arrancó con la típica gija irlandesa. Su repertorio siempre fue mucho mayor que el mío. Más dedicado al celtismo puro. Yo, me consideraba más ecléptico, más capaz de variar entre estilos, más preparado para tocar y disfrutar de todo lo tocable. Más abierto.
Como hacía tiempo que no lo veía, hacia tiempo que no lo escuchaba. Y el impacto fue súbito. Qué cabrón. Lo tenía. Ese violín sonaba como los de verdad. Sonaba como los discos que oíamos en el Trisquel. El ataque de arco sincopado, ese trémolo, el uso de las dos cuerdas, el golpe seco acompañante. Hasta el puto vibrato que tantas horas de sinsabores me había dado. Franky lo había conseguido. Le escuchaba disfrutando, con cara de gilipollas y con mi violín mudo derrumbado sobre mi antebrazo izquierdo. Mi mano derecha, que debería esgrimir el arco, sujetaba el xarrón de cerveza intentando hacer algo útil. Franky acabó y todos aplaudimos. En ese momento, yo dudé en iniciar la mítica de tocar Devil's Dream a toda ostia e impresionar a la afición. Pero enseguida renuncié a la trampa. Enfrente había un violinista. Ese día acabé de decidir que lo de la música celta me quedaba pequeño. Emprendí entonces un nuevo viaje por el bluegrass y el jazz. Me sirvió para conocer grandes del violín. Jean luc Ponti, Vassar Clements, Joe Venutti y el gran Grapelli. A este último lo vi en los jardines del Evaristo Valle. Y tras verlo se acabó. Nunca más toqué el violín.
Fueron años gloriosos. Caminé junto a héroes. Franky fue uno de ellos. Mucho mejor violinista que yo. Aunque igualados en lo realmente importante aquellos años. Follábamos más o menos lo mismo. O igual yo más. Si, pensándolo bien, yo mas. Creo.