domingo, 30 de mayo de 2010

El Trisquel

Cuando Rafa me contó el chigre que iba a montar, mezcla de Café Gijón, Café Concierto, sitio guay pa colegas, celta, asturianista, comprometido, buena música..., no me podía creer que en mi barrio surgiera tal oasis. Cuando me dijo que era el Bar Corripio, todas mis ilusiones se derrumbaron. Convertir el Corripio en algo diferente se me antojaba tan difícil como transformar el Horóscopo en convento. Sin embargo, asistí desde el principio a tal transformación. Ayudé a cribar la arena con la que se hizo el cemento que tanto soportó año tras año. Participé entusiasta desde el amanecer de lo que fueron años inolvidables. Conocí a los otros dos creadores de tal maravilla.
Siempre que en prensa o televisión anuncian algo que tildan de para emprendedores, me pregunto por que no aparecerá en la noticia la foto de Rafa. Conozco al Fino hace siglos y siempre estuvo montando grupos, chigres, manifestaciones, contubernios, muyeres, asociaciones, huelgas, conciertos... Su obra maestra aún perdura.
Gracias a el conocí a dos personas irrepetibles. Rosendo (el sendo)daba una primera impresión equívoca. Por supuesto no se atisbaba la menor afinidad con sus otros dos socios. Sendo era un intelectual. Sendo era el camarero perfecto. Podía aguantar durante horas los lloriqueos y miserias tardoadolescentes de varios y varias, no sólo sin perder la compostura, sino que al mismo tiempo hacía carajillos y te aconsejaba lo mejor en cada caso. Horas y horas me aguantó el Gran Sendo. Yo, hoy, me pegaría. Pero si lo que querías era hablar, era empatía era, al fin, un hombro sobre el que llorar, ahí estaba Sendo. Con el tiempo Sendo opositó, aprobó, y nos quedamos mancos. Ahora es Don Rosendo. Lo vi hace años en una playa del occidente asturiano. Seguía siendo el mismo. Tras diez minutos de "queyedetuvida" me dijo: Que es eso que llevas en el dedo!? Un anillo Sendo. Caseme,ho. No jooodas. Se me ha caído un mito. Resulta que el mito era yo, manda cojones.
El tercero en discordia más que persona era (y es) un personaje. Tras tremendo bigote y resbaladizas gafas asomaban dos ojazos enormes que controlaban todo sin pestañear. Mi primera impresión cuando conocí a Beto fue que estaba como una puta cabra. Hablaba asturiano occidental haciendo ostentación de che vaqueira, pegando unes voces de la de mi madre y, finalizando cada frase con una estridente carcajada. Y que no faltara la carcajada, porque cuando así era, la bronca era generalizada. Los cagamentos que podía echar a los albañiles, al aparejador o a sus dos socios hacían peligrar la idea que que aquello se lograra. Sin embargo, con el tiempo (poco tiempo) comprobé que Beto sólo tenía una cara y era la que estaba a la vista. Siempre me quejé de no tener un hermano mayor del que vacilar y que además me sacara las castañas del fuego. Beto nunca fue eso. Pero me enseñó lo que era un hermano mayor.
Rafa siempre me comprendía. Sendo me explicaba mis propios sentimientos y me tranquilizaba. Beto me agarraba por la pechera, me estrellaba contra la pared y me gritaba: ¡Me cagonmiputamadre Richi, LO PRIMERO YE SER UN PAISANU, espabila guaje!
Qué suerte haber tenido a tres fenómenos tan cerca en años tan convulsos. Todo lo bueno que les pase es poco y todo lo malo es injusto.
Simplemente, hermanos, GRACIAS.

sábado, 22 de mayo de 2010

La Cremallera

La tarde de ensayo transcurría como de costumbre. Estábamos tocando bien. Faltaban detallinos. Lluisfer seguía empeñado en meter el típico acorde raro y no acababa de entrar. Pepín seguía hinchando los papos como si acabara de empezar. Pepe era un monstruo de gaitero. Tocaba lo que le salía de los cojones sin apenas esfuerzo. Así como Lluisfer era un crak de la armonía; estudioso, pausado, perfeccionista; Pepe era un macarra del polígono que en vez de un baldeo esgrimía una gaita. Nunca nadie oyó salir de un punteru lo que sacaba el Pepe.
El Pine decidió que íbamos a parar, fumar un pitín y reunificar criterios. Entonces, Lluisfer aprovechó para retocar la afinación de su guitarra. Esa primera Mi, subiendo a poquitinos, pin,pin...pin, ¡PLAS! La típica cara del guitarrista que se acaba de cargar una cuerda...Ah, no! La cuerda seguía ahí, ¿Entonces?
No os he hablado de Patri. El padre de Patri nos cedía amablemente, como local de ensayo, su garaje y la producción anual de vermú Girona (no he vuelto a probar el vermú). Patri, al que cariñosamente llamábamos el mánaller, soportaba estoicamente nuestros ensayos sin hacer prácticamente nada. Simplemente estaba. Abría para entrar y cerraba al salir. Solamente cuando alguien tensaba una cuerda, a Patri, le daba, inconscientemente, por azotar lo que tenía en la mano contra cualquier sitio.
-¡Cagonmimadre ho, pues parar! Ya pensé que había jodido la cuerda.
Y Patri regesaba a su introspección habitual.
En frente del garaje había un muro. Un muro multiusos. Su función habitual, aparte de delimitar algo muy malamente, era de meadero. Pero también servía para encaramarse y cambiar de perspectiva, para pintar en el y, era genial para ponerle un casco a Pepín y estrellarlo cuan ariete.
Patri volvía del muro. Y algo en su expresión nos llamó la atención. Aquellos sempiternos coloretes habían tornado en un color café con leche bajo de café y el reto de la cara era... sin café. Caminaba raro. Y se acercó a Pepín susurrándole algo al oído. Súbitamente, Pepín empezó a descojonarse de tal manera que acabó retorciéndose de risa por el suelo. Patri se mantenía inmóvil en medio del garaje mientras resoplaba cada vez más fuerte. Se acercaron Pine y Lluis y al instante sufrieron las mismas consecuencias que el gaiteru. Con los tres soltando alaridos de risa por el suelo y Patri a punto de provocar una borrasca resoplando, decidí acercarme a reirme yo también.
-Richi socorro. Por favor, ayúdame. Me pillé la polla con la bragueta.
La onda expansiva me dio de pleno. Salté hacia atrás y de verdad que pensé que los pulmones me estallaban del ataque de risa. De una cremallera completamente cerrada, asomaba a media altura un trozo de carne sonrosada del tamaño de una gominola de a duro. La lágimas no me dejaban ver con claridad pero, aun así, vi a los otros tres hijosdeputa gatear muertos de risa hacia el mánaller.
- A ver ho! JAJAJAJAJA...
Cuando conseguimos mas o menos tranquilizarnos intentamos buscar una solución. Era muy difícil, ya que cada vez que mirabas la bragueta para sacar conclusiones, sólo conseguías otro tremendo ataque de hilaridad. Pero Pepe tuvo una idea.
- Mira Patri (risas). Lo mejor va a ser (risas) que tire con fuerza de los lados de la cremallera (risas)y a ver si la rompo (risas), la cremallera (risas), y liberamos al cabezón (muchas risas generalizadas).
-Eso, eso. Tira Pepe tira (descojone total).
Pepe tiró. Y Patri, que nunca demostró una psicomotricidad avanzada, se elevó del suelo, convulsionó un par de veces en el aire y con un gruñido seco se desplomó (apoteosis desternillante).
Entonces intercedió el Pine.
-Que no, que no. Mira, no quedan más cojones que tirar para abrir la cremallera y liberar a willy. Sea como sea será el final y dejarás de sufrir.
- Vale, un momento.
Y tras decir ésto, nuestro querido mánaller, avanzó hacia la cosecha de vermú como muñeca de Famosa dirigiéndose al portal. Se metió media docena de lingotazos de aquella putamierda y dijo: Procede.
Y vaya si procedió. Se dice que cuando la erupción del Krakatoa, la depresión barométrica dio seis veces la vuelta al mundo. Pues bien. El alarido de Patri dio un par de vueltas fijo.
Cuando nos recuperamos del enésimo ataque de risa nos acercamos al paciente. La cara de Patri era lo más parecido a un besugo con una boltella de vermú Girona en la boca. No es que tuviera los ojos saltones, es que iban definitivamente a su bola. La boca la tenía dispuesta en una especie de sonrisa inversa toda tensada, que dejaba entrever unos dientes apretados que apenas dejaban salir la espuma.
-Traerme otra botella.
Patri cuando bebía no se andaba con pijadas.
Al final, lo solucionamos con unos alicates. Y todo volvió a su sitio sin grandes daños.
Aun hoy, sin embargo, yo sigo teniendo mucho cuidadín.

viernes, 21 de mayo de 2010

Revelación

Hacía tiempo que no veía a Franky. Aquella tarde, tras frondosas charlas folkis y varios floreros cerveceros, pasó lo que tenía que pasar. Como casi siempre, la disertación teórica desembocó en la fase práctica. Y sacamos los violines como revólveres en O.K. Corral.
- ¿Conoces ésta? La saqué el otro día.
Y Franky se arrancó con la típica gija irlandesa. Su repertorio siempre fue mucho mayor que el mío. Más dedicado al celtismo puro. Yo, me consideraba más ecléptico, más capaz de variar entre estilos, más preparado para tocar y disfrutar de todo lo tocable. Más abierto.
Como hacía tiempo que no lo veía, hacia tiempo que no lo escuchaba. Y el impacto fue súbito. Qué cabrón. Lo tenía. Ese violín sonaba como los de verdad. Sonaba como los discos que oíamos en el Trisquel. El ataque de arco sincopado, ese trémolo, el uso de las dos cuerdas, el golpe seco acompañante. Hasta el puto vibrato que tantas horas de sinsabores me había dado. Franky lo había conseguido. Le escuchaba disfrutando, con cara de gilipollas y con mi violín mudo derrumbado sobre mi antebrazo izquierdo. Mi mano derecha, que debería esgrimir el arco, sujetaba el xarrón de cerveza intentando hacer algo útil. Franky acabó y todos aplaudimos. En ese momento, yo dudé en iniciar la mítica de tocar Devil's Dream a toda ostia e impresionar a la afición. Pero enseguida renuncié a la trampa. Enfrente había un violinista. Ese día acabé de decidir que lo de la música celta me quedaba pequeño. Emprendí entonces un nuevo viaje por el bluegrass y el jazz. Me sirvió para conocer grandes del violín. Jean luc Ponti, Vassar Clements, Joe Venutti y el gran Grapelli. A este último lo vi en los jardines del Evaristo Valle. Y tras verlo se acabó. Nunca más toqué el violín.
Fueron años gloriosos. Caminé junto a héroes. Franky fue uno de ellos. Mucho mejor violinista que yo. Aunque igualados en lo realmente importante aquellos años. Follábamos más o menos lo mismo. O igual yo más. Si, pensándolo bien, yo mas. Creo.